Cada momento es único. Tener un encuentro con el Dharma del Buddha es tener un encuentro con la intimidad del corazón. Disfrutar del tiempo de la práctica, supone regalarnos un instante de eternidad. Además, vivirlo en plena naturaleza y sentir a través del silencio la presencia de otros compañeros y compañeras del camino interior son valores a tener muy en cuenta y apreciar plenamente. Todos tenemos la oportunidad de ejercitarnos en la experiencia meditativa y profundizar en la certeza del quiénes somos.

Cuando nos sentamos a meditar, el nivel de auto exigencia queda abandonado, dando paso a la dulzura, la confianza y la receptividad.

Estas no son solo palabras, sino la esencia de la tradición budista. El gran vehículo se presenta en su grandeza cuando la quietud, el silencio y la contemplación serena nos muestran la vivencia de lo Real. Para volver al centro y salir de la periferia, para reencontrar el anhelado equilibrio, se trata únicamente de aprender a observar sin juzgar lo que aparece. De esta forma, la mediación nos ayuda a comprender y soltar lo que estaba acumulado o reprimido y, sobre todo, abrirnos a un avance en nuestras vidas, distinguiendo qué es lo que nos nutre y dejando partir lo que en verdad no necesitamos.

Para acceder a esta vivencia, el budismo zen se caracteriza por la expresión de la elegancia, la sobriedad, el orden y la naturalidad de la experiencia. Esta belleza que habita en nuestro interior, se despliega sin forzarla en lo exterior. Si bien cada cual se ocupa y responsabiliza de sus propis actos, pensamientos y palabras, vamos todos juntos. En el universo todo se está dando al mismo tiempo. La energía no se detiene en ningún lugar ni en momento alguno. Su fuerza está en el dinamismo constante. Lejos de sentir presión o acelerarnos, en el instante en que conectamos con este flujo y nos hacemos uno con él, sentimos que todo se presenta en su máximo esplendor. Nosotros somos este flujo. Para vivirlo plenamente, consideremos estos principios que sirven de soporte para el desarrollo de la meditación:

QUIETUD

La estabilidad del cuerpo durante la práctica no significa rigidez del cuerpo al meditar. En una posición adecuada, la respiración fluye amplia y generosa entre inspiración y espiración. Es una danza armónica. Advertirla sin afán es una de las puertas que regulan nuestra percepción condicionada. Con el establecimiento del sosiego, el cerebro entra en un estado de conciencia extraordinaria a través de la cual todo pasa a ser visto sin el filtro de los programas y las creencias limitantes.

Dicho esto, cada cual debe ocuparse amablemente del cuerpo, encontrase con él, reconocerlo y revisar formalmente la postura, haciéndolo siempre con amabilidad y ternura, con tacto y cuidado.

El cuerpo es el monasterio del espíritu que nos habita, por lo que la energía va y viene a través de él. Una postura correcta invita a una predisposición correcta en la vida de la persona. Por otra parte, no debemos entrar en el terreno de las exigencias o competir con los otros, ni siquiera con nosotros mismos. La postura adecuada va viniendo con el paso de los años. Nosotros no practicamos para aparentar una forma determinada. A cada instante nos mostramos y entregamos a lo que somos en verdad.

Cierto es que hay una clave en la experiencia meditativa. Es sencilla y aporta una gran profundidad en la mirada interior. A mayor quietud, mayor estabilidad. Cuando ambas se dan, el ritmo mental y emocional se ralentizan. Este recogimiento apacible predispone al meditador para observar de una manera ecuánime, esto es, permanece mantenido en un equilibrio interno entre el apego y la ofuscación. Cuando hablo de ecuanimidad, no significa dejar de sentir. La ecuanimidad no es una anestesia emocional, no una ausencia del flujo de los pensamientos, sino una capacidad de observar, ver y reconocer las cosas con claridad, incluso cuando algunas emociones no lo ponen fácil. Al meditar, no huimos o rechazamos nada, ni nos apegamos o adherimos a aquello que nos resulta agradable o placentero. De esta manera, al mantener la mirada con una distancia prudencial de lo contemplado, esto nos permite que surja el discernimiento y la sabiduría de saber qué es lo adecuado para nosotros, por lo tanto, lo que nos nutre, y qué dejamos partir sin prisas ni sobresaltos. Esta es la maravillosa esencia y fuerza que aporta la quietud.

CONTEMPLACIÓN

Una vez establecida la concentración en el cuerpo, una vez que la mente se ha calmado, sentimos que la contemplación aparece. Podemos entenderla como la capacidad de observar de cerca cada fenómeno, manteniendo a la vez un tono justo ante lo que aparece. Al ralentizar el ritmo de la mente, vemos cómo todo se activa, desarrolla y termina por disolver. Acompañamos el movimiento de inicio, despliegue y recogimiento. Vemos este desarrollo a cámara lenta y ocurre un despertar cognitivo en el meditador. Ya mostró el Buddha que nuestra distorsión perceptiva se debe a que paramos en exceso sobre algo o alguien porque lo consideramos atractivo, placentero o como nuestro. Esta es la base del egoísmo. Así que, la contemplación, esta experiencia tan propia del arte de la meditación, se caracteriza por su capacidad clarificadora y sintetizadora, es decir, por integrar con sabiduría todo lo que está aconteciendo. Al no haber distracción en el sujeto, el estado de presencia le permite ver la realidad cambiante en toda su amplitud. Al sentirse liberado de las formas internas o las manifestaciones externas, la realidad se le manifiesta tal y como es.

Las personas que meditan permanecen libres a las interpretaciones y constatan que los fenómenos están más allá del juicio, las categorías o las exigencias.

Esto nos conforma para discernir, es decir, para valorar cuál es la mejor opción y posteriormente llevar a cabo una acción apropiada. La meditación no es una búsqueda de algo especial o diferente de lo que está sucediendo. La meditación es una fusión gozosa y comprensiva con aquello que acontece.

SILENCIO

Acallar el ruido significa escuchar el silencio. Todo aquello que perturba la comunicación, esto es, el intercambio de experiencias, impide que nos expresemos a través de la verdad. El silencio es el mejor antídoto contra la mentira. Al saberse en el estado de presencia, la expresión del sujeto nace clara y éste se comunica siempre de manera certera y verdadera. No basta con pensar con el silencio o hacer un discurso sobre el silencio. El silencio necesita práctica, para que se convierta en un hábito y luego en un estado.

El primer grado del silencio es el silencio físico. La mejor vía de acceso al silencio es la respiración. La práctica de la meditación continúa con la escucha del cuerpo. Puede hacerse igualmente a la inversa. Una vez aupado en la experiencia, notarás que el silencio se hace presente. El segundo grado es el sosiego de los sentimientos. Y el tercer grado es serenar el pensamiento.

El silencio nos permite escuchar el espacio que existe entre pensamiento y pensamiento, entre el yo y el nosotros, entre el ego y los demás. Se precisa del silencio para tomar la distancia adecuada de los viejos patrones y evitar que nos abrumen con sus urgencias y apreturas.  Con ello, se dice que el silencio es el fundamento de todo ser.

Al reposar en esta energía gozosa de pura conciencia y dicha, nos reconocemos como un ser en movimiento y brillo constante, que ama lo que está lleno de vida, fundiéndose con todo. La meditación es la máxima expresión de esta experiencia.

Denkô Mesa


Imagen: el maestro zen Denkô Mesa durante un retiro de la Comunidad budista zen Luz del Dharma.
Autor: Luz del Dharma
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