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El mono que bajó de las ramas

Por Eihei  T. Arozena

Hay un relato del folclore budista que me resulta muy querido. Las veces que lo he escuchado han sido bajo una forma oral, narrado, junto al fuego, por Éric Rommeluère.  Esta enseñanza de intención alegórica describe la génesis de esa estructura trinitaria que, al igual que en muchas otras tradiciones espirituales, hallamos también en el budismo. Me refiero, claro está, al misterio de las tres joyas.

Cuando Shakyamuni se iluminó bajo el árbol, convirtiéndose en Buddha, desde sus ramas un mono lo vio, descendió y proclamó a los cuatro vientos: «Un Buddha se ha iluminado». En ese momento mismo comenzó a girar la rueda del Dharma. 
El mono se dio cuenta de que el Buddha tenía hambre y vio a lo lejos pasar una caravana. Entonces les llamó y les dijo «Vengan a ver, un Buddha se ha iluminado y tiene hambre». Las gentes de la caravana se acercaron, vieron al Buddha y le ofrecieron miel como alimento. En ese mismo momento surgió la Sangha.

En este relato mitológico se refleja una doble idea. El mono que baja de las ramas y se convierte en el testigo que anuncia la iluminación parece hablar por un lado de la naturaleza inesperada e impredecible del despertar espiritual, y también, por otro lado, de una condición profundamente animal y física de la conciencia. Es el mono-testigo que desciende y que encarna el entendimiento correcto quien inicia este camino vivo e impredecible que llamamos Dharma.

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Maestro zen Denkô Mesa

ESTA BELLEZA QUE HABITA EN NUESTRO INTERIOR

Cada momento es único. Tener un encuentro con el Dharma del Buddha es tener un encuentro con la intimidad del corazón. Disfrutar del tiempo de la práctica, supone regalarnos un instante de eternidad. Además, vivirlo en plena naturaleza y sentir a través del silencio la presencia de otros compañeros y compañeras del camino interior son valores a tener muy en cuenta y apreciar plenamente. Todos tenemos la oportunidad de ejercitarnos en la experiencia meditativa y profundizar en la certeza del quiénes somos.

Cuando nos sentamos a meditar, el nivel de auto exigencia queda abandonado, dando paso a la dulzura, la confianza y la receptividad.

Estas no son solo palabras, sino la esencia de la tradición budista. El gran vehículo se presenta en su grandeza cuando la quietud, el silencio y la contemplación serena nos muestran la vivencia de lo Real. Para volver al centro y salir de la periferia, para reencontrar el anhelado equilibrio, se trata únicamente de aprender a observar sin juzgar lo que aparece. De esta forma, la mediación nos ayuda a comprender y soltar lo que estaba acumulado o reprimido y, sobre todo, abrirnos a un avance en nuestras vidas, distinguiendo qué es lo que nos nutre y dejando partir lo que en verdad no necesitamos.

Para acceder a esta vivencia, el budismo zen se caracteriza por la expresión de la elegancia, la sobriedad, el orden y la naturalidad de la experiencia. Esta belleza que habita en nuestro interior, se despliega sin forzarla en lo exterior. Si bien cada cual se ocupa y responsabiliza de sus propis actos, pensamientos y palabras, vamos todos juntos. En el universo todo se está dando al mismo tiempo. La energía no se detiene en ningún lugar ni en momento alguno. Su fuerza está en el dinamismo constante. Lejos de sentir presión o acelerarnos, en el instante en que conectamos con este flujo y nos hacemos uno con él, sentimos que todo se presenta en su máximo esplendor. Nosotros somos este flujo. Para vivirlo plenamente, consideremos estos principios que sirven de soporte para el desarrollo de la meditación:

QUIETUD

La estabilidad del cuerpo durante la práctica no significa rigidez del cuerpo al meditar. En una posición adecuada, la respiración fluye amplia y generosa entre inspiración y espiración. Es una danza armónica. Advertirla sin afán es una de las puertas que regulan nuestra percepción condicionada. Con el establecimiento del sosiego, el cerebro entra en un estado de conciencia extraordinaria a través de la cual todo pasa a ser visto sin el filtro de los programas y las creencias limitantes.

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VIVIR EN LA PRESENCIA

La relación que los seres humanos mantenemos con el tiempo ha sido ampliamente sentida, abordada y expresada a lo largo de la historia. Muchas son las formas de comunicar el profundo significado que conlleva el tránsito de la vida. Quizá sean la quietud y el recogimiento interno del silencio donde mejor escuchemos la voz de lo insondable, sintamos el eco del ahora y toquemos la eternidad de un instante perfumado. De igual forma, aquellos que tratan de hallar respuestas con la mente al significado del aquí y ahora, solo conseguirán llenar su cabeza con más ideas creadas por la propia mente. Buscar respuestas no es lo mismo que encontrar la solución. Por este motivo, Newton llegó a decir «sé lo que es el tiempo, pero no sé realmente cómo explicarlo».

Debemos partir de un hecho significativo: hay dos estados de la mente, los saludables y los no saludables. El propósito de la meditación es acceder, cuidar y desarrollar momentos de presencia en nuestro interior. Luego estos, por sí solos, se manifiestan en el mundo externo. Así, observaremos que lo trascendente está implícito en lo cotidiano, siempre y cuando estemos abiertos a descubrirlo. Como dijo el poeta inglés William Blake:

 

«Cuando las puertas de la percepción se abren

vemos las cosas tal y como son,

infinitas.»

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Pequeño manual para uso de aspirantes que deseen aprender la meditación zen

 por Jiun Éric Rommeluère

Ha sucedido, has decidido dar el salto. ¡Quieres hacer meditación zen! ¿La meditación consiste en hacer, o en no hacer? Difícil pronunciarse al respecto. En cualquier caso, hay que comenzar por alguna parte, por responder a cómo venir a un grupo o a un centro de meditación, pero antes, reflexionen. La meditación zen es una trasformación. ¿Tienen necesidad de ser trasformados? ¿Estarán a la altura de su audacia? Evidentemente, la primera vez no lleguen tarde ni con prisas. Elijan un pantalón largo que no les apriete la cintura. Vayan limpios, pero eviten los perfumes. Quítense las alhajas. Sean naturales.

Dejen sus zapatos en la entrada. No se trata simplemente de descalzarse, sino de reaprender la delicadeza en los gestos más simples. Dejen suavemente sus zapatos, el izquierdo a la izquierda del derecho, el derecho a la derecha del izquierdo. Quítense también los calcetines. Con su calzado, dejen igualmente sus ideas sobre el zen, sus lecturas, todas esas páginas a las que dan una y otra vez vueltas en su cabeza, todas sus opiniones sobre lo que es o lo que no es budismo, todas sus esperanzas, hasta las más bellas. Sí, déjenlas en la puerta de entrada, una a una dentro de vuestros zapatos. No es que haya que despreciar las ideas, los pensamientos, al contrario, simplemente se trata de dejarlos con esmero en la puerta de entrada. Los recogerán después. Es la buena manera de comenzar. El espíritu fresco.

Entonces pueden entrar. En el espacio de meditación verán que no hay (casi) nada. No se desconcierten. Quitamos las imágenes, para tocar la realidad desnuda de la experiencia. ¿Pueden realmente reencontrarse con ustedes mismos? Directamente y sin el intermediario de alguna cosa. Así pues, un espacio es ofrecido. Una vez pasada la puerta de entrada, se inclinan con las manos juntas en un gesto de gratitud. Cogen un cojín redondo para sentarse encima. Lo palpan cuidadosamente. ¿Es suficientemente compacto, suficientemente ancho? Tienen que aprender a juzgar los cojines, a encontrar aquel que esté adaptado a su propia morfología. Y después se sientan de cara a la pared.

La meditación es una experiencia total. Pone en juego a la vez el cuerpo, la respiración y la mente. Fundamentalmente, no hay mas que tres puntos de los que acordarse durante el aprendizaje de la meditación; tienen que estar estables, tienen que estar tónicos, tienen que sentirse cómodos.

La estabilidad es asegurada por el trípode formado por las piernas cruzadas y por las nalgas elevadas por el cojín. Tomen la posición del loto, del medio loto, o en su defecto colocando simplemente un pie sobre la pantorrilla opuesta. Ambas rodillas deben tocar el suelo con la misma presión.

La tonicidad se encuentra enderezando la columna vertebral. No se sienten arriba, sino abajo de las nalgas. A partir del trípode que forman las piernas y las nalgas, enderecen suavemente la columna, después la cabeza, metan delicadamente el mentón y bajen la mirada delante de ustedes sin enfocar un punto en particular. Si no pueden cruzar las piernas, pueden sentarse de rodillas sobre un cojín, sobre un banco o incluso sobre una silla. La rectitud de la columna es el eje de la meditación. Ella da fuerza a la postura. Sientan cómo su cuerpo esta sólidamente anclado al suelo y cómo al mismo tiempo se extiende con flexibilidad en el espacio. El tono significa que no hay tensión excesiva, ni relajación. No se sientan en la postura del sastre. Esta posición no permite mantener durante mucho tiempo la estabilidad y el tono.

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