Entrevista a Juan Arnau (fragmentos)
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El siglo XX europeo se entretuvo demasiado con las filosofías del lamento (existencialistas) y las filosofías del lenguaje (analíticas). Es hora ya de acometer una filosofía de la percepción, una filosofía que aborde la cuestión de la sensibilidad, centrándose en el modo de ejercerla, de vivir sumergidos en ella”. Quien lo plantea es Juan Arnau en La invención de la libertad, un ensayo que parte de tres ejes: empatía, creatividad y atención, para leer el mundo, la realidad, de otra manera, superando los cauces instituidos, generalmente aceptados.
¿Por qué los hombres y mujeres de hoy estamos tan desconectados de nosotros mismos, de nuestro interior? ¿Por qué, pese a tantos avances científicos y tecnológicos, apenas hemos avanzado en el conocimiento de nuestra mente, de nuestras emociones, de nuestra manera de relacionarnos y de conectarnos con el mundo? ¿Esa es la gran revolución que queda por hacer: la revolución interior, espiritual, no entendiendo lo espiritual en el sentido religioso, sino como comunicación y búsqueda interior?
Digamos que somos consecuencia de 300 años de ejercicio continuo de lo que podría llamarse el yoga de la objetividad. Desde la revolución científica, se ha creado una antropología, un concepto del ser humano como una especie de mecanismo neurológico, biológico, genético, que se mueve en función de todos esos impulsos que no está a su merced cambiar o elegir. Y, si somos máquinas, autómatas, es lógico que no busquemos o no tratemos de fomentar relaciones con nuestros corazones o emociones. Si somos autómatas no las tenemos. Esto, de principio, es muy simple. Y, por otro lado, el método científico, que ha dado grandes resultados, tiene su precio. Ese precio es lo que has formulado en la pregunta: una enajenación, primero respecto al yo, al corazón de cada uno, y, después, respecto al universo. El existencialismo, de hecho, ya se preguntaba: ¿qué hago yo aquí? ¿quién me ha tirado aquí, en este mundo? El mundo es un lugar hostil. No es un espacio participativo, donde se pueda desarrollar la empatía, como se estudia en el budismo, sino un lugar frío, gélido, que nos amenaza. Todo eso es consecuencia del yoga de la objetividad.
Gran parte de tu trayecto filosófico ha estado volcado en el aprendizaje del budismo. Es un largo camino que te ha traído hasta aquí.
Durante quince años, sí, me he dedicado a investigar el budismo. De hecho, todos mis libros son sobre el budismo, y ahora mismo estoy con un proyecto de largo alcance que empezó con Manual de filosofía portátil y ahora sigue con La invención de la libertad, un proyecto que no ha surgido de la nada, sino que tiene como preludio dos novelas filosóficas: El cristal Spinoza y El efecto Berkeley [publicadas en Pre-Textos], sobre todo la segunda, porque Berkeley es el primer filósofo budista de la historia de Europa. Él no sabía que era budista, porque el budismo no se conocía, pero el planteamiento que hace está totalmente en esa órbita. La suya es una filosofía basada en la percepción, la atención, la creatividad y la empatía, sobre todo las tres primeras. En la novela que le dedico lo que hago es seguir la estructura de una colección de postales o de escenas donde Berkeley habla con sus amigos, con sus familiares, con personajes tan importantes de su época como Voltaire…
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