Budismo solidario. Un nuevo mapa del sendero
Por Kenneth Kraft
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El budismo actual presenta dos grandes ramas. La más antigua es la hinayana, el “pequeño vehículo”, representado actualmente por la escuela Theravada, arraigada fundamentalmente en Birmania, Laos, Tailandia, Camboya, Sri Lanka y Malasia. La otra, es el budismo mahayánico, el “gran vehículo”, surgido en el siglo segundo antes de nuestra era, y característico de China, Mongolia, Corea, Tíbet y Japón, y de la cual el budismo zen es una de su principales expresiones. La escuela Theravada tiene como figura paradigmática el arhat, monje budista dedicado a la liberación y la iluminación personal. En cambio, la figura central del mahayana es el bodhisatva, que dedica su vida a liberar a todos los seres. Su principal atributo es la compasión, la ausencia de egoísmo y la plena dedicación a los demás, incluso postergando su propio despertar.
La compasión es uno de los aspectos fundamentales de la teoría y la práctica del budismo mahayana. Tanto es así que el actual Dalai Lama dice que “la compasión es la base de las enseñanzas budistas. La principal característica del Buda es una gran compasión” (pág. 26). Esta afirmación se basa en la propia experiencia de Buda. Como se recordará, una vez alcanzada la iluminación, al término de un largo retiro solitario, Buda decidió, movido por la compasión del sufrimiento de los seres humanos, dedicarse a trasmitir la sabiduría que había alcanzado. El término sánscrito karuna ha sido traducido como “piedad” y sobre todo como “compasión”. La palabra española es definida como “el sentimiento de conmiseración o lástima que se tiene hacia quienes sufren penalidades o desgracias”.1
Esta definición muestra sólo un aspecto de la complejidad del término sánscrito. Karuna no es sólo “piedad” por quienes sufren “penalidades o desgracias”, sino que es un sentimiento de empatía universal hacia todos los seres vivientes, incluida la persona que experimenta dicho sentimiento. Busca no sólo compadecer y ayudar a quienes se encuentren en una situación de desgracia e infortunio, sino que busca liberarse y liberar a todos los seres del sufrimiento, por entender que la propia liberación requiere o es favorecida por la liberación de los demás. El término español “solidaridad” expresa bien esta relación de empatía, afecto y respeto al otro que es como yo, que realmente es yo. Esto se funda en una concepción de la igualdad básica de los seres humanos; como dice el Dalai Lama, “todos los seres humanos poseen un deseo innato que los impulsa a buscar la felicidad y evitar el sufrimiento. En lo esencial somos físicamente iguales. Lo que importa es nuestro parecido mental y emocional”.2
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