Por Eihei T.
14 de noviembre de 2020
Conoce lo blanco,
mas permanece en lo negro
(Tao Te Ching, 28)
En el espacio diáfano de 70 m2 que compartimos con otro antiguo grupo de yoga de la ciudad, se hace necesario montar, cada día que hay zazen, tanto el altar como el resto del dojo. Los zafutones, el haiseki central o lugar para las postraciones del maestro, las campanas para la sencilla ceremonia que practicamos tras la meditación, incluso la puerta sin puerta o umbral por el que “entramos” a través de dos biombos y que delimita ese corazón colectivo o núcleo que es siempre una sala de meditación.
Es por ello este nuevo espacio donde practicamos un espacio flexible, provisional, contingente. Sintoniza con esa modernidad líquida que describe el sociólogo y filósofo contemporáneo Bauman, que viene a definir cuestiones claves en nuestra sociedad, donde el cambio constante y la transitoriedad parecen avocarnos a una inconsistencia de las relaciones humanas en tantos ámbitos. El espacio en la isla es caro, y el dibujo de la cuidad está impuesto en gran parte por los designios caprichosos y exigentes de la especulación inmobiliaria y su dictado del m2.