En la literatura budista el uso más antiguo del término bodhisattva se registra en los Nikayas pali, compilados no mucho después de la muerte del Buddha, pero en especial el Vimalakirti Nirdesa Sutra exalta las excelencias del bodhisattva. Esta figura supuso una nueva aportación a la hora de concebir la práctica de meditador, quien ya no se ve impulsado a conseguir un beneficio personal, sino que ofrece cualquier obtención para el bienestar general de todos los seres vivientes.
Gloria para aquel que se esfuerza, permanece vigilante, es puro en conducta, considerado, auto controlado, recto en su forma de vida y capaz de permanecer en creciente atención. A través del esfuerzo, la diligencia, la disciplina y el autocontrol, que el hombre sabio haga de sí mismo una isla que ninguna inundación pueda sumergir
(Dhammapadha)
La vía del bodhisattva es un camino de transformación integral en el que se transmuta el dolor en compasión. Se trata de observar cómo se presentan las dolencias y ver las causas de las mismas a la luz de una conciencia atenta. Se requiere por tanto de una valentía serena, de una diligencia práctica ininterrumpida. Así pues, el ser humano es el único autor y responsable de su propio devenir. Cada cual es el creador de su propia trayectoria vital. Siempre y cuando utilice esa libre voluntad, mediante el desarrollo pleno de la atención consciente, seguirá y estará en el camino recto.
Entregar el ego al servicio del Dharma es un acto de amor. Recibir la ordenación de bodhisattva es vehicular esta sana energía de manera correcta. Siempre ha sido así. No es de otra manera.
En nuestra comunidad nos sentimos inspirados por las enseñanzas sobre los preceptos que transmitió el maestro zen Jiun Onkô Sonja (1718-1804) y que aparecen recogidas en su obra Jūzen hōgo. Presenta estos preceptos como el corazón del budismo y el fundamento de una vida moral y social. Estas enseñanzas tuvieron una gran influencia durante el período Meiji, especialmente en el pensamiento de influyentes autores budistas como Shaku Unshō (1827-1909, escuela Shingon), Fukuda Gyōkai (1806-1888, escuela Jōdō) o Ōuchi Seiran (1845-1918, escuela Soto).
Asimismo, seguimos la ceremonia de ordenación que nos ha transmitido Éric Rommeluère (Jiun Dôjô)
En todas las tradiciones del budismo Mahāyāna se recogen Los Diez Preceptos del Bien (jap. jūzenkai) que expresan las múltiples variaciones de una vida despierta. Los orígenes de los preceptos (sansc. vinaya) se remontan a los primeros tiempos del budismo. Así, los encontramos en textos tan importantes como el Mahā parinirvāṇa sūtra, Mahā prajñāpāramitā sūtra, Avatamsaka sūtra o Vimalakīrti Sutra. Igualmente, lo hallamos en el Mahā vairocana sūtra, texto fundacional del tantrismo oriental, donde se les dedica un capítulo completo.
En Oriente, estos diez preceptos del bien también llevan el nombre de los diez bienes (jap. jūzen), los diez buenos caminos (jap. jūzendō) y los diez buenos caminos de acción (jap. jūzengyōdō). Tres se refieren a actos corporales, cuatro a actos vocales y tres a actos mentales. Los últimos tres preceptos apuntan a los tres venenos de la mente: la codicia, el odio y la ignorancia.
A diferencia de una regla impuesta por una autoridad, un precepto se usa como base para el desarrollo y sustento de la ética personal. No se trata de un conjunto de preceptos definidos o de listas cerradas, sino de grupos de actos que se clasifican en tres apartados; la abstención, la virtud y la compasión.
Abstenerse no se limita al daño que podría hacerse al otro, sirve igualmente para el mal que se podría cometer hacia sí mismo. Por ejemplo, incluso los gestos más anodinos y simples, como hacer un corte de mangas en un momento de enfado, deberían testimoniar el rechazo a comprometerse en acciones malintencionadas o perjudiciales (abstención), favorecer o ir en dirección hacia el bien (virtud - paramitas) y además ser provechosas para uno mismo como para los demás (compasión). En resumen, los diez preceptos son:
Tres para el cuerpo:
Cuatro para el habla
Tres para la mente