El budismo se desarrolló alrededor del siglo V a.C. en el noreste de la India a partir de las enseñanzas difundidas por Siddhartha Gautama. Cuenta la leyenda que, escuchando el canto melancólico de una doncella, experimentó un malestar nunca antes conocido. Quedó impresionado por la degeneración del cuerpo físico, la evidencia de la enfermedad y la certitud de la muerte. Estos hechos conmovieron profundamente a Shakyamuni y lo llevaron a adentrarse en una vía espiritual que revelara las causas del profundo malestar emocional, psicológico y existencial que sentía. Así, después de una larga práctica meditativa, obtuvo la clarificación a las preguntas que se había planteado. A partir de entonces se lo conoció como el Buddha, un epíteto que interpretamos como “el iluminado” y que podemos traducir como “aquel que se ha dado cuenta”.
La vida y enseñanzas de Gautama se transmitieron de manera oral. Cuatro siglos después de su muerte aparecieron los primeros textos del budismo, recogidos en el Canon Pāḷi. Las escrituras del primer período fueron complementadas posteriormente por un gran número de Sutras. En cualquier caso, el budismo mantiene la unidad de un organismo en el que todo nuevo desarrollo presenta una continuidad respecto al anterior. Así pues, no existe en realidad innovación alguna, pero hay que prestar en todo momento gran atención al continuo desarrollo doctrinal y a la adecuada transmisión de las enseñanzas.
Como vemos, el budismo nace a partir de una expansión de la conciencia, una experiencia vivida por un ser idéntico a nosotros. Por lo tanto, este camino de conocimiento está al alcance de todos. Cualquiera puede encontrar la sanación integral, y la armonización de los distintos niveles que conforman su ser, a través de una práctica meditativa consciente y perseverante. El zen ofrece este despertar.
Lograr mantenerse a una distancia desapegada del acontecimiento, ayuda a que haya una perspectiva más objetiva de la realidad. Esta es la moderación propia de la mirada atenta, gracias a la cual vemos las cosas tal y como son, sin adulterarlas con nuestras reacciones o proyecciones habituales. Entramos de lleno en la práctica de la ecuanimidad y la aceptación.
Las Cuatro Nobles Verdades son la esencia de las enseñanzas de Budha. El fundamento teórico y práctico del budismo se regula en ellas. Partiendo de la base de que comprendemos que sufrimos debido a una falta de atención, intuimos y sentimos en lo más profundo de nuestro corazón que todo está bien siendo como es. Sabemos de forma clara que nada ni nadie nos tiene atados y que tenemos la posibilidad de despertar de la ilusión. Este impulso de sanación hace que pongamos en marcha el camino de la práctica.
El primer paso del camino de liberación pasa por aceptarla. Tras este viene la comprensión de la causa del sufrimiento, esto es, liberarnos de la ignorancia. Sentimos en lo más profundo de nuestro ser el impulso del despertar y hallamos el camino y el modo de realizar esta experiencia. Las nobles verdades pueden ser enunciadas de esta forma:
Se la conoce como la verdad del malestar existencial. Se la reconoce en todas sus formas: nivel sensorial, emocional, psicológico y mental. La meditación, desde este punto de vista, consistiría en mantenerse en la certeza del origen del dolor y del sufrimiento, ya sea que se manifieste en uno mismo, así como en otras formas de existencia.
Incide en las causas del dolor y del sufrimiento. Este padecimiento y desasosiego interno se apoya en la identificación obsesiva que generamos inconscientemente hacia algo o alguien. Este hecho nos incluye a nosotros mismos, es decir, a la imagen que mantenemos de lo que se supone que somos y al apego que sentimos con respecto a aquellas personas o cosas con las que nos hemos relacionado en exceso.
Es la afirmación del gozo y la realización del ser, es decir, la confirmación de que todos los seres humanos tenemos el poder de experimentar un estado de dicha interna y felicidad compartida, emociones exentas del dolor y el sufrimiento existencial.
Muestra el camino para liberarse del sufrimiento. Dicho esto, el budismo es entendido como una vía de práctica que no está basada en dogmas, especulaciones o creencias. ¿En qué consiste? En primer lugar, hay que oír las enseñanzas, comprenderlas y por último experimentar la continuidad de la práctica. No hay otra manera de hacer. Esta tradición del conocimiento lleva milenios expresándose. El Buda fue un humanista convencido. Creía por experiencia en la capacidad de la naturaleza humana para corregir el error de percepción y, por lo tanto, en la capacidad de experimentar un estado de dicha compartida.
Existe un camino que nos conduce a un estado de felicidad verdadera y salud integral. Este óctuple sendero se representa como un timón en el que cada brazo incluye a los demás.
Antes de ir a ningún sitio hay que saber a dónde vamos. Por mucha fuerza que tenga el arquero, una flecha no puede alcanzar el blanco, si no ha sido apuntada correctamente. Necesitamos una visión que nos permita integrar de modo teórico y práctico los tres dominios de la existencia humana: el personal, interpersonal y supra personal. La visión correcta se refiere al enfoque de la práctica.
Este segundo paso implica la materialización de la visión en la vida cotidiana. Saber cuál es el camino es imprescindible, pero esto por sí solo no basta. No basta con saber qué tenemos que hacer, es necesario hacerlo. ¿De qué nos sirve tener las cosas claras y luego no hacerlas? Nadie va a recorrer el camino por nosotros, pero uno siempre encuentra justificaciones para todo.
“La pérdida de la intención actúa como una fuerza disgregadora”
Es la expresión verbal de la intención. Todos sabemos que no basta con querer a alguien; hay que decirlo, expresarlo. Este tercer brazo del sendero consiste en traer la intención y la visión, y verbalizarlas. El budismo pone énfasis en el uso adecuado de la expresión. Las palabras que emitimos son una manifestación de la ética y de la educación. La comunicación sincera es la prueba del control de la mente y la principal forma de relacionarnos con el mundo. Hay un dicho muy certero que dice, de la abundancia del corazón, habla la boca.
La acción correcta está acorde con el propósito del camino: fortalecer el bien, disolver la ilusión de lo erróneo y ayudar a todos los seres. Así pues, hace referencia a la abstención de matar, robar y mantener una conducta sexual dañina. Debemos ser conscientes de los hábitos y comportamientos nocivos, pues detrás de ellos se halla una mala percepción de los individuos ante la realidad, una mala adaptación al medio.
En el budismo los preceptos éticos no existen como una imposición, sino como guías de práctica. Su importancia es fundamental, pero a la vez deben estar sometidos a la indagación personal. El propósito de la moral en el budismo es la de ofrecer un modelo para observar cómo actuaríamos, si verdaderamente estuviéramos en contacto con lo mejor de nosotros mismos. De ser así, no harían falta preceptos ni orientaciones, pero lo cierto, es que las necesitamos. De esta manera, la ética es una cuestión de inteligencia y de visión, una sana relación entre las buenas intenciones y los nobles sentimientos.
En todo proceso de sanación, el esfuerzo por restablecerse es fundamental. Sin embargo, muchos se convierten en sujetos pasivos que esperan de otros el cambio. De verlo así, las vías espirituales fracasan, no porque sean erróneas, sino porque carecen de la aspiración, de la voluntad y de la práctica perseverante. Es mucho más fácil delegar la responsabilidad que asumirla uno. Nos pasamos la vida dejando para mañana lo que podemos hacer hoy. Por eso se repite insistentemente que el único secreto de la meditación radica en practicarla día tras día, año tras año, instante tras instante.
“La meditación es práctica perseverante.”
Se trata de saber qué clase de esfuerzo debemos aplicar en cada momento. Gracias a la atención consciente unificamos todos aquellos aspectos que aparecían dispersos en nuestras vidas. Un alto grado de atención conlleva a la transparencia de uno mismo. En definitiva, la práctica de la atención se caracteriza por una combinación de dos actitudes básicas de la mente: concentración y observación. Concentrase significa aquietarse, calmarse, no reaccionar ante los estímulos de forma compulsiva y automatizada. Al observar, contemplamos los fenómenos sin manipular la experiencia.
Es el estado interior que surge al reposar sin esfuerzo durante la meditación. Una vez instalado en él, emerge espontáneamente la unidad con todos los fenómenos. La conciencia individual se diluye y experimentamos la armonía con lo existente. Es en este estado de conciencia donde se revela espontáneamente nuestra verdadera naturaleza original. Es una paz profunda y un gozo verdadero. Es la expresión natural del ser.
“Reposar en la experiencia.”