En nuestra tradición budista recibir la ordenación de bodhisattva supone dar un paso en esta dirección y favorecer el libre curso al despertar que habita en cada uno de nosotros.
Vivir haciendo el bien, disolviendo las raíces del mal y ofreciendo ayuda a todos los seres son la antorcha que pone luz en nuestro caminar. Supone un paso adelante en el compromiso como meditadores. Es un compromiso con uno mismo, una libre asunción de una conducta ética que dirigirá de buena forma sus palabras, actos y pensamientos en el día a día. No son los otros los que ponen orden a tu vida. Eres tú mismo el hacedor de los estados saludables de la mente y eres tú mismo quien genera los estados perjudiciales del pensamiento engañoso. Como todo en esta vida, dar el paso para recibir los preceptos y certificar este impulso verdadero es una cuestión de libre elección y auto responsabilidad.
“Gloria para aquel que se esfuerza, permanece vigilante, es puro en conducta, considerado, auto controlado, recto en su forma de vida y capaz de permanecer en creciente atención. A través del esfuerzo, la diligencia, la disciplina y el autocontrol, que el hombre sabio haga de sí mismo una isla que ninguna inundación pueda sumergir”
(Dhammapada)
Asumir y respetar los preceptos se basa en el principio de no dañar (ahiṃsa). El orden de los preceptos va desde el más importante a atender, puesto que, de no hacerlo así, dañaríamos enormemente nuestra evolución. Meditar es una expansión de la conciencia. Si vas cuidando y atendiendo cada uno de ellos, vas preservando tu pureza original. Los preceptos son la puerta de entrada a la iluminación. En ellos se expresa la identidad de la iluminación del maestro y del discípulo, experiencia única que ha continuado desde tiempos antiguos hasta el presente. Por ello, los preceptos son atendidos en tres niveles, a saber, físicos, emocional-mentales y espirituales. Cada uno debe ser practicado en su nivel de concepción.
Un bodhisattva es todo practicante que trabaja incansablemente en su interioridad, apostando por elevar la auto conciencia, pues observa con lucidez qué efectos producen sus palabras, sus pensamientos y sus acciones, ya sea en sí mismo como en los otros. Esta es la ley del karma según la cual lo que siembras, tarde o temprano, aparecerá y será recogido como fruto.
Es fundamental que reflexionemos sobre el quién soy yo y qué estamos haciendo, esto es, se trata de poner a punto nuestro ser y estar en el mundo de manera presente y atenta. El primer paso del trabajo es hacia adentro. Luego vendrá el descubrimiento de la sabiduría que se manifestará naturalmente hacia afuera. Así pues, el trabajo del bodhisattva se fundamenta en una continuada revisión y sostenimiento de la mirada atenta.
La ceremonia de ordenación expresa el impulso de realización. Es una puerta abierta a la autenticidad de lo real. En ella, el practicante recibe una impronta de luz, un nombre de paz (anmyô), un nombre de Dharma que lo vincula al linaje. Este nombre es un sabio consejo para que ordene su vida, para que guíe sus pasos a través de los actos, las palabras y los pensamientos en favor de la presencia. Lo acompañará siempre, más bien, lo acompaña desde siempre.
Es un acto sagrado, franco y hermoso en el que la sabiduría y el discernimiento adquieren el valor necesario para seguir la vía del despertar. A diferencia de una regla impuesta por una autoridad, un precepto se usa como base para el desarrollo y sustento de la ética personal. Hay un momento muy hermoso en la ceremonia en la que los discípulos responden a viva voz, ante el maestro y toda la asamblea, su compromiso interno. Lo hacen público.
“ME COMPROMETO A ...”
Esta frase se convierte en fundamento y esencia del camino espiritual. Esta expresión ofrece una excelente oportunidad para testar el nivel de motivación y entrega del practicante. El compromiso es algo meramente humano y suele ser resultado de una decisión voluntaria.
La ausencia de compromiso convierte la elección en una trivialidad. Cuando la decisión es aleatoria, la acción carece de sentido. Lo contrario del compromiso es la prosternación, es decir, justificarse que cualquier otro momento es mejor que este en el que me encuentro. Mañana puede ser ya tarde.
Meditar es mantenerse alerta instante tras instante. Se trata de un estado de observación abierto, receptivo y no manipulador. He aquí el lenguaje de la meditación, un arte de la contemplación serena donde el cuerpo, la respiración y el silencio se presentan y desarrollan como principales anclajes en todo meditador. Asimismo, mantener la frescura implica ser fieles a la aspiración del despertar.
Nuestra firmeza y compromiso internos con la práctica son fundamentales. La asiduidad es un valor para nosotros. Fluir con alegría, encontrarnos con el otro en cada instante.