Por Eihei T. Arozena
Hay un relato del folclore budista que me resulta muy querido. Las veces que lo he escuchado han sido bajo una forma oral, narrado, junto al fuego, por Éric Rommeluère. Esta enseñanza de intención alegórica describe la génesis de esa estructura trinitaria que, al igual que en muchas otras tradiciones espirituales, hallamos también en el budismo. Me refiero, claro está, al misterio de las tres joyas.
Cuando Shakyamuni se iluminó bajo el árbol, convirtiéndose en Buddha, desde sus ramas un mono lo vio, descendió y proclamó a los cuatro vientos: «Un Buddha se ha iluminado». En ese momento mismo comenzó a girar la rueda del Dharma.
El mono se dio cuenta de que el Buddha tenía hambre y vio a lo lejos pasar una caravana. Entonces les llamó y les dijo «Vengan a ver, un Buddha se ha iluminado y tiene hambre». Las gentes de la caravana se acercaron, vieron al Buddha y le ofrecieron miel como alimento. En ese mismo momento surgió la Sangha.
En este relato mitológico se refleja una doble idea. El mono que baja de las ramas y se convierte en el testigo que anuncia la iluminación parece hablar por un lado de la naturaleza inesperada e impredecible del despertar espiritual, y también, por otro lado, de una condición profundamente animal y física de la conciencia. Es el mono-testigo que desciende y que encarna el entendimiento correcto quien inicia este camino vivo e impredecible que llamamos Dharma.