Por Denkô Mesa
(Ponencia impartida en el V Congreso Internacional de Meditación y Ciencia organizado por el Centro Milarepa de Las Palmas de Gran Canaria)
Por regla general, o bien nos proyectamos hacia un futuro inexistente, que llenamos de promesas incumplidas, o bien terminamos anclados con la mirada puesta en un pasado que jamás volverá de nuevo. Vivimos ajenos al momento presente. Estamos enajenados emocionalmente y, en general, transitamos por los distintos momentos de la cotidianidad en modo automático, o sea, vivimos ausentes de nosotros mismos. Esta es la ilusión del preceptor, la ignorancia de la que nos habló Siddhartha Gautama, AVIDYA, cuya causa indica que se debe a una falta de atención. Por esta razón, se hace necesario que recuperemos el natural estado de la presencia, una facultad al alcance de todos y cada uno de nosotros que se fortalece con el aprendizaje y el cultivo sistemático de la atención consciente. Es por ello que, en muchos ámbitos, se hace mención a la capacidad auto reflexiva del ser humano, una fortaleza que debe ser recuperada y aplicada adecuadamente en distintos contextos, ya sean de ámbito educativo, político económico, sanitario, etc.
Necesitamos ajustar las miradas, recuperar el tono y el centramiento. Suelo compartir la simple reflexión: si un individuo desarrolla adecuadamente la práctica de la atención, lo conduce a un estado de presencia. Si, por el contrario, la dispersión y el automatismo son los referentes de su vida, permanecerá distraído, con falta de claridad y nitidez, en definitiva, continuará en un estado de ausencia. La pregunta es: ¿tú que eliges? ¿Qué deseas para ti y para los otros? ¿Estás dispuesto a comprometerte de verdad? La salida es hacia adentro y la meta está en el viaje. Lo lindo es que el camino lo hacemos siempre juntos.
Meditar es un gran regalo. Meditar es atender a lo real. Meditar es la expresión natural de quien tú verdaderamente eres. No es una técnica para alcanzar algo. Es un arte de la contemplación consciente. Lo contrario es vivir, haciendo como si, esto es, vivir de manera robotizada o automatizada, como han insistido sobre ello grandes maestros de distintas tradiciones. Los seres humanos sufrimos debido a un estado de alejamiento de aquello que nos nutre. Sin embargo, la luz de la conciencia despierta anida en nuestros corazones. Por esta razón, el Budha dijo que el camino está en el corazón. Meditar es volver a casa, reposar en la serenidad de una mente ecuánime y amorosa.
He aquí una bella historia que ofrece una hermosa enseñanza:
Había una vez un gorrión minúsculo que, cuando retumbaba el trueno de la tormenta, se tumbaba en el suelo y levantaba sus patitas hacia el cielo.
– ¿Por qué haces eso? – le preguntó un viejo zorro.
– ¡Para proteger a la tierra que contiene muchos seres vivos! – contestó el gorrión -. Si por desgracia el cielo cayese de repente, ¿te imaginas lo que ocurriría? Por eso levanto mis patas para sostenerlo.
– ¿Con esas enclenques patitas que tú tienes, quieres sostener el inmenso cielo? – apostilló el zorro.
– Aquí abajo cada uno tiene su cielo – dijo el gorrión -, pero veo que tú no lo quieres comprender.
Así que, aquí estamos, apelando a la cordura y reiterando que merece la pena vivir despiertos y no seguir atrapados por las historias que nos contamos, en definitiva, dormidos con fantasías e ilusiones sin sentido. Cuando un ser humano se entrega con honestidad a la práctica de la meditación, se produce un cambio muy bello en la persona. Toda su existencia va encontrando ese encaje anhelado, va poniendo orden y encontrando la armonía en los distintos niveles de su ser. De esta forma, sus palabras, actos y pensamientos devienen en una expresión sabia, certera y respetuosa.
Todos estamos llamados a este recuerdo de sí. Esta es la esencia contenida en el Satipatthana Sutta. Todos tenemos la puerta abierta, para realizar nuestra verdadera naturaleza. Cuando esto se comprende, y se practica, la meditación deja de ser considerada una técnica y se convierte en un caudal que expresa la verdad de quien tú eres. En este acto de común unidad, la fraternidad entre todos los seres, el respeto por la Madre Tierra y la compasión amorosa hacia el próximo se hacen ciertamente visibles en lo que llamo el despertar de la presencia.
Mantener encendida la llama de la atención es responsabilidad de cada uno de nosotros. Y no es que podamos hacerlo, ya lo estamos haciendo. Somos los herederos de un camino espiritual maravilloso y tenemos la capacidad de actualizarla y vehicularla en sintonía con el corazón sincero. Esta es la sabiduría que hemos recibido y que transmitimos de ser a ser. Confío y deseo que así continúe siendo, por nuestro propio bien y el de todos los seres sintientes.