Todos hemos sido heridos, decepcionados, traicionados, tal vez incluso abusados. A veces, la persona que nos daña es alguien a quien amamos; en otras ocasiones puede ser una institución como nuestro empleador o nuestro gobierno; otras veces, nos maltratamos a nosotros mismos. Independientemente de la fuente de nuestro dolor, reaccionamos instintivamente con aversión, tanto como individuos como como comunidades. Nuestro enojo y culpa nos ayudan a sentirnos en control y nos motivan a eliminar la amenaza. Le gritamos a nuestro cónyuge o compañero de trabajo. Nos castigamos a nosotros mismos e incluso declaramos la guerra al enemigo.

El Buda enseñó que, aunque tales reacciones son naturales, en el mejor de los casos solo brindan un alivio temporal e inevitablemente alimentan más reacciones. Al igual que con todos los demás fenómenos, el Buda sugirió que afrontemos la violencia con una presencia compasiva y tolerante. Sin embargo, para muchos de nosotros, hay una pregunta que surge de inmediato: ¿significa esto que debemos ceder y aceptar a la persona que nos ha traicionado, aceptar a quienes dañan o destruyen en nuestro nombre, aceptar nuestros propios comportamientos adictivos? Tal aceptación puede incluso parecer poco ética, como si tuviéramos que dar un paso atrás y presenciar cómo se desarrollan los comportamientos dañinos con imparcialidad. Entonces, ¿cómo reconciliar la aceptación con un mundo violento y lleno de sufrimiento?

Esa es una buena pregunta. Señala un malentendido sobre lo que significa aceptación: no significa permitir que alguien nos haga daño o se lastime a sí mismo. No significa que respaldemos la guerra. Más bien, apela a la capacidad de reconocer claramente lo que está sucediendo dentro de nosotros en el momento presente y de afrontar lo que sentimos y vemos con amabilidad.

Aceptamos nuestra propia experiencia del dolor, el miedo o la ira que surgen como reacción a una circunstancia externa. Solo cuando lo hagamos, nuestras decisiones y acciones podrán ser guiadas por un corazón sabio.

Al profundizar en la atención, probablemente experimentemos miedo: miedo por nuestro mundo, miedo de cómo la violencia y los malentendidos están proliferando, miedo de cómo estamos devastando nuestro hábitat natural. Pero a medida que podemos ofrecer -y ofrecernos- una presencia gentil, el miedo gradualmente dará paso a un notable afecto por la vida, posibilitándonos responder con compasión.

Practicar de esta manera nos permite ver más claramente a qué hemos estado reaccionando. Vemos que cuando culpamos, nos vemos atrapados en una narrativa que necesariamente incluye a un villano. Sin embargo, no existe una sola persona o grupo de personas responsables de causar sufrimiento. Los comportamientos dañinos son impulsados ​​por la ignorancia, por el miedo, la codicia o el odio. Cuando nos damos cuenta de esto, en lugar de echar la culpa, somos más libres para responder con comprensión y perdón.

Liberar la culpa y aceptar nuestra experiencia no significa que nos convirtamos en observadores pasivos. Necesitamos comprender qué es la ignorancia, esto es, la percepción de ser un yo defectuoso e indigno, lo que da lugar a nuestros comportamientos más problemáticos. Si nos damos atracones de comida o alcohol y al día siguiente nos castigamos con pensamientos y sentimientos de odio a nosotros mismos, esto solo alimenta otra ronda de comportamiento adictivo. Si, en cambio, podemos aceptar nuestra experiencia con amabilidad y compasión, comenzamos a romper el ciclo interno de violencia. Esto no significa que nos demos permiso para seguir actuando de forma dañina, pero tampoco nos condenamos a nosotros mismos. En cambio, identificamos exactamente lo que estamos sintiendo en el momento (malestar físico, vergüenza, remordimiento) y afrontamos nuestra experiencia con una atención amable. Al hacerlo, nuestro sentido de identidad crece más allá de un yo «defectuoso» y comenzamos a confiar en nuestra esencia como conciencia compasiva. Gradualmente nos volvemos más responsables, más capaces de responder sabiamente a nuestras circunstancias actuales.

Nuestra forma más directa de promover el bienestar y la paz es ser conscientes de nuestros hábitos de juzgar y culpar. Es una actividad valiente porque para ello debemos soltar nuestros puntos de referencia más familiares y cómodos. En el momento de liberar la culpa, salimos de la historia del yo y del otro, la historia del yo bueno y del yo malo, y descubrimos la amplitud y la alegría de estar vivos.

Culpar genera distancias mientras que la aceptación conecta. Cuando dejamos ir la culpa, nos abrimos a la compasión que realmente puede transformarnos a nosotros mismos y a nuestro mundo.

Por Tara Brach

Traducción del artículo original publicado en: https://www.tarabrach.com/articles-interviews/awakening-peace/