Crónica por Empar Roch Bernat

La vida posee dimensiones ocultas, capas de profundidad por las que transitamos, maneras de vivir los instantes que se van sumando, encadenando a través de un hilo conductor por el que fluye siempre eterno, el presente.

El pasado sábado 12 de octubre, tuvo lugar la inauguración del Dojo Zen Ryoku Shin, Fuerza del Espíritu, de la Comunidad Budista Zen Luz del Dharma en Miraflores de la Sierra, Madrid.

Hace dos años, mientras contemplaba la puesta de sol en la azotea de la casa de Sonia, una amiga que vive en el centro de Madrid, algo se coló dentro de mí. Fue una experiencia que todavía hoy no soy capaz de explicar y mucho menos de definir. Lo cierto es que a partir de ese mismo instante, el germen de vivir como monja o practicante budista zen en un dojo en Madrid, o en los alrededores, comenzó a tomar fuerza en mi interior. Al principio pensé que se trataba de una mera ilusión que se iría apagando con el tiempo. Pero al contrario de lo esperado, el germen inicial comenzó a crecer, a echar raíces cada vez más profundas en mi interior, como si tomaran vida propia y solo me dejaran la opción de hacer sampai frente a ellas. Han pasado dos años desde entonces, en los que ha habido un sinfín de movimientos internos y externos que me han llevado hasta este magnífico e inolvidable día de celebración.

Encontrar este lugar a través de Helena S.F., sentirme acogida por todos los seres que lo habitan, como Jan y María, como los animales, los robles, encinas y pinos y el riachuelo que fluye ante el Dojo, y el manantial que nace a pocos metros de la cabaña, ha sido realmente una bendición para mí. En ningún momento imaginé que los hilos que tejen la vida pudieran llevarme a vivir como los antiguos monjes, en medio de la naturaleza y a la vez tan cerca de una ciudad como Madrid. Solo puedo plegarme y dar gracias, ante el misterio profundo de la existencia y dejarme fluir en ella.

Y es en esa danza, en este fluir con la vida de manera liviana y sencilla, fue donde surgió el vínculo, la conexión de corazón a corazón con mi maestro de Dharma, Denkô Mesa sensei y con toda la sangha de Canarias, por la que me siento arropada y querida. Cualquier obstáculo se desvanece, cuando pones el corazón en lo que sientes, cuando te dejas inundar por la Fuerza del Espíritu, Ryoku Shin, el dojo en el que vivo, abierto a todas las existencias, con el apoyo incondicional de un maestro y de una sangha que han hecho posible, que este milagro suceda.

Cada mañana, cuando me siento en zazen antes de que amanezca, experimento una simbiosis con el silencio de este lugar, con los elementos que componen la tierra, donde surge la Fuerza del Espíritu, Ryoku Shin, el espíritu de la vida. Y es desde esa profundidad, desde ese mismo silencio interno, desde donde pude compartir tan bello día de celebración.

Con la llegada del maestro el día de antes, acompañado por un pequeño grupo de la sangha de Canarias, todo se puso en movimiento. La meditación en el dojo del día siguiente, la llegada de los invitados a los que quiero agradecer su amorosa presencia, a Rafa Pérez y a su acompañante Raquel por los momentos tan maravillosos que nos hicieron vivir y que nos llevaron a entrar en trance, con la sincronía de sus voces y sonidos, junto al murmullo del río y arropados por la luz del sol y la calidez de un día magnífico. Igualmente quiero agradecer la presencia del Lama Kama Tutob Wangchuk, que eligió participar de incógnito en la ceremonia y hacia el que siento un profundo cariño y respeto. Agradecer el bello reportaje de Helena, el trabajo en cocina de María, la decoración del espacio exterior a cargo de Jan, el apoyo incondicional de la sangha Luz del Dharma, mi sangha y, cómo no, el eterno agradecimiento a mi maestro Denkô Mesa sensei por su apoyo, sostén y cariño.

EL broche final a tan especial día llegó con la noche. Nos encontrábamos conversando un reducido grupo de participantes, cuando en medio de la oscuridad surgió ante nosotros una luna llena con un intenso color anaranjado. Por un momento, nos quedamos extasiados ante su inesperada presencia. Alguien dijo: “deberíamos contemplarla en silencio”. Y así lo hicimos. Nos mantuvimos en silencio durante un rato contemplado los destellos anaranjados de la luna cuando de pronto, en medio del más absoluto silencio, el cielo rugió a nuestras espaldas. El sonido de unos relámpagos, en el lado opuesto de la luna, nos había tomado por sorpresa. Todos pudimos entrever las señales del cielo: Ryoku Shin, la Fuerza del Espíritu, esa fuerza que permanece viva en nuestro interior y que nos pone en movimiento para alcanzar nuestros sueños. Mil gracias al universo por desplegarse con todo su poder y belleza, ante el asombro de nuestra mirada.