Crónica por Empar Roch Bernat
Vivir la impermanencia, la transformación, el cambio, como una danza, en ese ritmo constante con el que bailan los árboles movidos por el viento. Vivir la transitoriedad de los fenómenos naturales, en conexión con ellos, como una hoja cuando se desprende del árbol y cae flotando sobre el suelo para acabar fundiéndose con la tierra.
La noche sigue al día como la carreta sigue al buey. El invierno con su manto blanco de nieve, llegó al Dojo Zen Ryoku Shin, con la fuerza del espíritu que arrastra esta estación tras la desnudez del otoño, donde todo se transforma y cambia de color.
Y el día amaneció nevando. Son las primeras nieves para este espacio de meditación, este lugar sagrado que, con solo unos meses de vida, da sus primeros pasos, fluyendo con la vida y con la ley impermanente del cambio, como si fuera un bebé al que hay que arropar, cuidar y alimentar para el bien de todas las existencias.
Sentir el amanecer en el silencio de zazen (meditación), con la mirada volcada hacia dentro, con la frescura que da el descanso del sueño tras la noche en calma y descubrir la pureza blanca de la nieve envolviendo la mañana. No hay palabras que describan la experiencia… Cuando abres los ojos y sientes el lugar, el espacio sagrado en el que estás. Ese lugar del universo que lo contiene y lo envuelve todo, como si en realidad el bebé fuera yo y estuviera naciendo en ese mismo instante, en el que la nieve cae sobre mi cuerpo y sobre las copas de los árboles y sobre el agua del riachuelo en su fluir cercano.
Es la Fuerza del Espíritu que todo lo abarca y todo lo envuelve, es la alegría de estar viva la que me conecta con ese todo que experimento fuera y dentro de mi cuerpo. La grandeza y la inocencia de sentirse pequeña y a la vez inmensa ante esta naturaleza viva y cambiante. Tras la nieve llegó el sol acompañado del viento y entre ambos cambiaron el color la mañana. De nuevo los colores otoñales surgieron más vivos y penetrantes que nunca.
Solo puedo sentirme agradecida por este instante de vida, que como el agua del río, fluye constantemente con la transformación de la naturaleza y de todos los seres vivos, instante tras instante.