Enseñanzas del maestro Denkô Mesa

La conciencia no estacionada

El budismo no es un simple tema de estudio, sino una forma de vida. La esencia de ésta se encuentra en la meditación. Es tan actual esta certeza como el aire que ahora respiramos.

Las tradiciones contemplativas sobrepasan el lenguaje de las palabras, si bien, muchos han hecho el esfuerzo de plasmar y transmitir las experiencias, ya sea de manera oral o por escrito. De esta forma, llegamos a cuestionamientos tales como, ¿qué es la conciencia? ¿Acaso podremos definirla? ¿Dónde se esconde la conciencia? ¿Somos todos seres conscientes?

Conciencia es un concepto limitado en nuestra cultura. En occidente la entendemos como ‘lo opuesto a lo inconsciente’. Si además usáramos “mente” como sinónimo de la conciencia, la opondríamos a “corporal”, sin embargo, en el budismo se incluyen todos los niveles del ser en la conciencia (físico, sensorial, emocional, mental, conductual, espiritual…) Así pues, para penetrar en la naturaleza de la expresión “conciencia”, debemos vivirla no sólo con el intelecto, sino con todo nuestro ser.

Podríamos comenzar, acordando que la conciencia es aquello que nos da la posibilidad para desarrollar la práctica de la atención. Gracias a ésta, podemos observar los distintos fenómenos que ocurren tanto dentro como fuera de nosotros y aprender a relacionarnos de una manera sana y equilibrada. Por lo tanto, un primer acercamiento a la conciencia sería admitirla como algo que nos permite experimentar con plenitud lo que denomino “el poder de darnos cuenta”. En este sentido, la meditación es entendida como una contemplación de la conciencia a través de la propia conciencia.

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Meditar lo es todo

Reposar en la calma del ahora, permanecer recogidos en la intimidad, adentrarnos juntos en el lenguaje del silencio y escuchar su melodía es un gran regalo. He aquí el arte de la contemplación serena.

A través de la práctica meditativa cultivamos semillas de conciencia en el campo fértil de la mente. De esta forma, las palabras, los pensamientos y los actos que en ella surgen, aportan una verdadera nutrición para el bienestar de todos los seres. Por el contrario, cuando nos vivimos a través de la ilusión, todo carece de sentido y coherencia. Por ello, sentarnos y recogernos en el camino del corazón, merece la pena, y mucho, porque esta es la verdad de lo que somos. Ahora bien, pretender que la mente esté vacía de pensamientos, equivale a pedirle al cielo que interrumpa el paso de las nubes o decirles a los pájaros que dejen de volar.

Al sentarte a meditar, permaneces sereno en la estabilidad de la postura y ante ti se levanta una muralla enorme de sensaciones, recuerdos, expectativas, emociones y pensamientos de lo más variado. Entonces, te pregunto, ¿qué puedes hacer ante esa magnitud de la experiencia emergente? ¿Acaso puedes hacer algo? Tratar de vaciar la mente con la propia mente supone incentivar aún más la quimera de aquel que cree estar percibiendo algo a través de ella. ¿Quién es ese perceptor del que te hablo?

La mente del sujeto condicionado siempre está queriendo cosas. El impulso del deseo es el latir del universo y forma parte de la vida. Nuestro problema aparece cuando tratamos de detener este movimiento a través de la mente y fijarlo, llevándolo hacia algún lado o dejándolo en algún lado. Esta es la mente, esa entidad ficticia que trata de controlar y manipular todo y a su manera. En la tradición budista, a este punto ciego, se lo llama el veneno del apego. Es una percepción equivocada, una errónea relación que el sujeto mantiene ante la verdad de la impermanencia.

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Todo está en relación

Desde que leí por primera vez las Meditaciones de Marco Aurelio, quedé prendado por la profundidad de sus palabras. Hoy rescato las siguientes y que nos sirven de inspiración para abordar el tema que me plantearon días atrás, la ley universal de la interdependencia:

 Todas las cosas están ligadas entre sí con un nudo sagrado

y no hay nada que no esté en relación.

Todos los seres están coordinados entre sí,

todos concurren a la misma armonía del mismo mundo.

Es evidente que todo está en relación. No hay nada que exista separado de lo próximo. “Si una ola se levanta, diez mil que la siguen”, dice un antiguo texto budista.

Lo que se mueve aquí, repercute allá. Le mente depende de los sentidos para percibir la realidad, nuestros órganos vitales funcionan en su conjunto. La tierra depende de la lluvia para mantener sus cultivos, los frutos necesitan del árbol que los nutre, los hijos existen gracias a sus padres, la música se disfruta porque existe un oído que la escucha y así ad infinitum.

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Kshanti

La paciencia es una de las virtudes de la meditación. Aprender a estabilizar la mirada interna, no reaccionando de manera automática y compulsiva ante los fenómenos que nos atraen, o bien nos desagradan, es un síntoma de la persona tranquila y ecuánime.

Kshanti es una de las virtudes que se contemplan en el budismo. Junto a ella se desarrollan otras como la generosidad (dâna), la honestidad (sila), la sabiduría (prajña), el trabajo con la energía (virya)…

Estas virtudes son llamadas paramita en pali antiguo y las podemos entender como aquellos factores favorables que nos permiten llegar hasta la otra orilla de la mente, esto es, soltando limitantes y patrones ilusorios y alcanzando así el anhelo del despertar. Con este resulta la expresión madura de la conciencia.

Cuando uno vive en el presente, todo se da de manera natural. No hay prisas por ir hacia ningún lado, ni recuerdos del lugar de donde se estuvo. Todo fluye tranquilamente. Sin embargo, en una mente no entrenada, observamos que tenemos la mala costumbre de querer todo al instante, de hacer las cosas inmediatamente. Cuando esto te ocurra, devuelve tu mirada a la atención consciente, tu gran regalo y hazte íntimo con una respiración larga y tranquila. Este es el antídoto natural contra la ira, esto es, el enfado porque las cosas no han funcionado como tú pretendías.

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