Aún los ornamentados carruajes de los reyes envejecen.
También el cuerpo humano llega a la vejez.
Pero la Enseñanza de los Budhas nunca envejece.
Así, la Sabiduría permanece entre los Sabios
y trasciende el tiempo.
Cuenta la leyenda que Siddhartha Gautama escuchó la voz triste de un sirviente en palacio. Sintió en su interior una melancolía extraña que nunca antes había percibido. Entonces, decidió abandonar el palacio y adentrarse en la ciudad cercana en busca de respuestas.
Se dice que tres hechos marcarían su trayectoria como meditador, la visión de la enfermedad, la prueba de la degeneración del cuerpo físico y la consiguiente llegada de la vejez, para llegar finalmente a la certitud de la muerte. Estos tres hechos son poderosos impulsos que nos permiten repensar la vida misma, ya que pueden ser considerados los más grandes motores para la transformación de la conciencia.
De forma tradicional, la historia describe cómo era la apariencia que tenía ese anciano: un hombre débil, acabado, con una joroba en la espalda, con un cuerpo tan delgado que se le notaban los huesos y que se movía dando pasos cortos ayudado por su bastón. Tenía una larga barba blanca y los ojos llorosos. Para los occidentales esto puede sonar un poco exagerado, pero en la India no lo es. Allí la gente envejece de una forma muy evidente debido al clima y a las duras condiciones en que se vive. A los cincuenta o sesenta años los indios tienen una apariencia bastante avejentada.