Luz del Dharma

Comunidad budista zen

El arte de la contemplación

Partimos de la base de que nos pasamos la vida buscando emociones novedosas, excitantes y especiales, pero todo lo que hemos creado a nuestro alrededor no es más que un camino de huida.

El mensaje del Buda es fácil: sufrimos por un desequilibro cognitivo, debido al cual nos relacionamos de forma inadecuada con la realidad. ¿Hay salida? ¿Podemos resolverlo? La respuesta es sí, pero esta opción sólo puede asumirla y vivirla cada uno y por sí mismo. Al hacerlo comenzará un camino hacia el autoconocimiento más pleno y consciente. ¿Cómo se consigue? El error está en la pregunta. No se obtiene, se da naturalmente gracias a la práctica. Los resultados llegan con la propia práctica. Llega un momento en el que se produce un encaje perfecto entre la realidad y la percepción subjetiva que tenemos de ella, por lo que nos sentimos bien y dichosos. Esta experiencia genera bienestar y se quiere compartir.

Podemos afirmar que hay dos planos de la existencia. En el reino de lo absoluto todo está bien y no hay nada que hacer, sólo descansar en el Ser Real que a todos nos sustenta. En el ámbito de lo relativo hay cosas que hacer sin olvidar el Ser. No hay que ir a ningún lugar especial para ser felices. Todo se está dando en el ahora, pero: ¿en qué estado mental, corporal y emocional se encuentran ustedes para percatarse de ello? 

El buen meditador vive y actualiza la práctica de la atención plena en la realidad ordinaria. Es necesaria la recuperación del estado de presencia y centramiento. Si no prestamos la debida atención a lo que estamos haciendo, diciendo o pensando, viviremos cada instante en un estado de ausencia donde nunca habrá comprensión, ni sabiduría. Eviten convertirse en autómatas espirituales.  No hay nada que cree más dificultades que mantenerse distraído en lo falso, creyendo que es lo verdadero.  La elección es dualismo y separabilidad.

La vía del Buda es llamada el camino del medio o armónico equilibrio. La base de este recorrido es la diligencia en la práctica meditativa y la buena disposición. Se requiere perseverancia, mantener un esfuerzo sostenido  junto a una actitud de entrega y confianza en el proceso. Al hacerlo así, verán que los logros acontecen con la propia práctica. Resumiendo lo dicho hasta aquí:

El Budismo es meditación.

La Meditación es desarrollo consciente de la atención.

La atención es comprensión.

La comprensión es sabiduría.

La sabiduría es práctica en el ahora cotidiano.

Denkô Mesa

Se acabaron las expectativas

Les comparto unas buenas preguntas, confiando en que deriven en mejores reflexiones: ¿quién tiene expectativas? ¿Por qué surgen? En definitiva, ¿qué esperamos conseguir de la vida?

Suelo repetir que a mayor expectativa, mayor garantía de sufrimiento. Si bien es imposible dejar de desear, pues es el motor de la existencia, el mundo del apego está caracterizado por un estado ilusorio de carencia, por una falta de atención profunda en la psique del ser humano.

Cuando creemos que nos falta algo, este sentimiento suele manifestarse de variadas formas: nos falta un reconocimiento social o laboral, nos falta una relación de pareja determinada, nos falta un mayor equilibrio económico, nos falta una mayor salud vital. Nos falta, nos falta, nos falta… y nos escudamos en el mundo de las esperanzas compulsivas, como si realmente necesitáramos más de lo que somos. Realmente ya lo somos todo.

Cada uno de nosotros somos es responsable de crear o no crear el mundo que aparece y desaparece ante nosotros. Es una simple cuestión de percepción, así que sobre aquello que deseamos que ocurra, dependerá siempre de la mirada de quien observa la realidad.

En el budismo se insiste en que la realidad nunca aparece como a uno le gustaría que apareciera. ¿Por qué? Debemos tener en cuenta la ley de la impermanencia, la única en este universo que no cambia, la ley del cambio. Todo delante de nosotros está apareciendo y desapareciendo a una velocidad determinada y claro, ante ese dinamismo constante, uno desearía ver la película que quiere y no la que está sucediendo. Dicho esto, los seres humanos tenemos mayor capacidad de desear que de satisfacer esas expectativas.

El arte de la meditación consiste en aprender a soltar profundamente cualquier tipo de pretensión de querer ser algo distinto de lo que ya somos y aprender a ser un siendo que se mueve en equilibrio en el mundo de la impermanencia. Aquí está la clave de la verdadera sanación y vibración auténtica como seres humanos.

Merece la pena vivirse así porque somos seres con un potencial enorme, seres con capacidad de poner luz a nuestras ignorancias. Se acabaron las expectativas.

Nos sustenta, habita y reconforta

Tanto si aparece como un día de sol radiante o bien como un cielo gris cargado de lluvias, la caducidad del tiempo es un implacable recordatorio de nuestra efímera existencia. No sabemos de dónde venimos ni a dónde vamos, pero nunca queremos parar. Nos agarramos a la preciosa idea de vida, a nuestra pequeña parcela de tierra, pero cuanto más nos aferramos más sufrimos. Parece que no somos capaces de aceptar las condiciones cambiantes. Este es nuestro conflicto existencial, cotidiano.

Las resistencias forman parte del yo condicionado, son la herramienta más poderosa que tiene el personaje (como lo llamo) para perpetuarse a sí mismo. Las resistencias, expresadas en sus más variadas formas, son contrarias a la práctica de la integridad. Cualquier tipo de fijaciones no hacen más que marcar el limitado campo de nuestras ilusiones. Por el contrario, si somos capaces de vivenciar con equilibrio lo todo es visto, si es aceptado tal cual es, estaremos mucho más cerca de sentirnos bien y mejor a cada instante.

Así pues, la práctica meditativa consiste en fundirse plenamente con el flujo de la vida cambiante. Si hay una verdadera emergencia de la ecuanimidad implicará interactuar compasivamente con la cajera del supermercado, con el señor que nos vende los periódicos, con el conductor del autobús, con nuestros hijos, parejas y familiares…. Éste es nuestro objetivo, nuestro ritmo de práctica en el zen.

Recuerda que somos cautivos de la ilusión que nos hemos creado de permanencia. Pasamos por nuestras rutinas diarias creando momentos especiales y descartando el tiempo que hay entre ellas.

Por todo ello, en ningún lugar resulta tan evidente el cambio como cuando nos sentamos sobre nuestros cojines siguiendo el flujo de la respiración. De súbito nos percatamos de que cada respiración es distinta, que cada inhalación y exhalación es única e irrepetible. Cada paso que damos, cada bocado que probamos, cada sonido que escuchamos es distinto a cualquier otro. Los retiros zen (sesshin), por ejemplo, están organizados para ayudarnos a concentrarnos en la experiencia del momento, en lo que es estar vivo en este mundo, en este preciso instante.

¿Qué nos queda entonces, más que dejar pasar lo que no somos y fundirnos con ese Todo que en verdad nos sustenta, habita y reconforta?

Denkô Mesa